CAMPO DE INTERFERENCIA


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Curaduría: ALICIA VILLAREAL



Campo de interferencia reúne trabajos de diez alumnos en proceso de egreso, quienes interrogan, desde una mirada personal, el espacio, el cuerpo, los códigos de comunicación, los sistemas de medición y la tradición. Aqui lo más simple, lo próximo y lo conocido se trastoca mediante operaciones múltiples que agitan el estado habitual de las cosas, incorporando elementos que tensionan los lugares comunes, revelando a través de la apertura, un estado excepcional. Video, escultura, objetos, fotografías e instalaciones se interfieren entre si para llevar al espectador a un terreno movedizo donde no hay certezas sino interrogantes.



El cuerpo es un campo de exploración constante y en este caso cuatro obras abordan la apariencia, la identidad y su vulnerabilidad; Nicolás Del Solar a través del video, expone su rostro a la deformación apresurada por el peso que va desfigurando su joven imagen imprimiendo en ella una inquietante expresión de dolor y vejez. Valentina Hiriart, Aborda el deber ser, que se impone al cuerpo femenino, cuyas conductas ideales se escriben sobre su propio cuerpo, componiendo con ello una escena que alude a una cita pictórica donde la figura posa en una actitud de sumisión. Dentro del mismo eje, María Jesús Manterola aborda el cuerpo como construcción social mediante la fotografía, donde posa cada miembro de la familia alterando el canon de belleza de un grupo social. Finalmente Josefa Palazuelos trabaja el volumen y se detiene en las extremidades allí aparece el cuerpo fragmentado, tensionado en gestos extremos, detenidos y fijados en yeso convirtiendo estos fragmentos en objetos extraños. El cuerpo deja de encarnar una  identidad y se proyecta como un objeto más entre las cosas que nos rodean.



El uso de los objetos como símbolos de una tradición es trabajado por María Paz García, quien confronta dos culturas hibridando una tradición rural popular, como es la construcción de objetos tejidos en mimbre, con piezas de loza inglesa, resultando una amalgama que pone en duda el origen y la pureza de ciertos símbolos que identifican a personas y localidades. 



Catalina Torres, Olivia Pearson, y Philip Klawitter plantean problemas que han cruzado la historia del arte; el tiempo, la comunicación y la percepción del espacio, y lo hacen alterando un sistema, desde las bases donde se fundan sus reglas: Catalina desmonta el sistema que mide el tiempo, cambiando la precisión de los mecanismos por la medida del gesto corporal, que con el máximo rigor se aboca a contar granos de arroz. El resultado es una aguda metáfora sobre economía que descansa en el valor del trabajo que somete al cuerpo a un tiempo productivo.



Olivia trabaja con las palabras, los códigos y el espacio arquitectónico, cambiando de contexto formas de comunicación, sintéticas y tecnológicas que desdibujan y revierten los límites físicos del espacio. Philip, por su parte observa la naturaleza desde la máxima cercanía, revelándose en estos encuadres un paisaje sin dimensiones claras, encontrando lo monumental en lo micro.



El trabajo de Cristián Zabalaga y María Ignacia Vergara interrogan los espacios arquitectónicos desde la ficción, y el montaje; Cristián lo hace convirtiendo un abandonado vagón de trenes en un espacio que se agranda, metamorfosea y se habita con el paso de la luz en un video que compacta a un ritmo vertiginoso el paso de un día completo. Mientras que María Ignacia introduce en los muros de la sala un espacio ficticio, que surge como lugar imposible, incrustado en la arquitectura de la sala de exposiciones.





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